RAZONAMIENTO

De la serie Objetos punzantes

Piezas breves de Ruth Vilar


LA INDAGADORA: ¿Podemos saber si alguien es auténticamente bueno? No digo si cumple a rajatabla con los deberes cívicos, la decencia o la tradición. Hablamos de Bondad. ¿Se ve en la cara? ¿Vuelve tersa la piel? ¿Hace brillar los ojos? ¿Se nota en el deje o en el gesto? No. Hay signos reconocibles de bondad, pero no son inequívocos. Y pueden imitarse. Puede uno parecer bueno como el pan y luego ir haciendo de su capa un sayo. Ya saben, un tartufo. Un hipócrita. Sin acritud. Algo así como esas fachadas señoriales que siguen dando el pego, apuntaladas, cuando tras ellas la casa entera está en ruinas. La cuestión es que, salvo en casos de crueldad flagrante, no es sencillo determinar el grado de bondad de otro individuo. Pero, y atención porque aquí llega el enigma, ¿podemos reconocer cuánta bondad hay en nosotros mismos? ¿Proclamarían ustedes sin titubeos cuán buenos son? Pongamos en una escala de cero a cien... ¿Y bien? ¿Alguien se ha situado por debajo de setenta? Siempre habrá algún culpable patológico, pero hasta ése hace trampa: cuanto más se reprocha, más bondadoso se cree. El resto, los del setenta para arriba, ¿cuánto tiempo dedican cada día a ser honestos consigo mismos y coherentes con esa honestidad? Ja. ¿Se atreverían a ponerse un setenta en ciclismo porque una vez, en la remota infancia, los fotografiaron montados en triciclo? En lo hondo cada uno sabe quién es y dónde está. Claro que a esas simas nos asomamos raramente y con recelo, por lo que pueda esconderse ahí abajo. ¿Cuándo nos convencieron de que no existiría lo que nos negásemos a ver?
 



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